Estimados crono-piojos:

Es vuestra la culpa de que mi vida efímera, mi existencia solar, llegué a su fin. Ustedes -en la figura del reprimido ese que llamaron Ambrosio- me han dado doce meses o 365 días de imperfecciones, lluvias, sequías, diversiones y tristezas. Me voy para siempre.
¡Adiós!
Mi corta vida no me molesta tanto como que seáis desagradecidos. Sé que cuando recuerden los -buenos- momentos que disfrutaron junto a mí, no dirán: ¡qué grande el 2005! o ¡qué año maravilloso vivimos junto al 2005! Ustedes llegan a diciembre en las últimas y entonces me cargan las culpas tildándome de mierdoso, pesado, feo, horrendo, de ser el culpable de todas sus calamidades, en fin.
¿Qué culpa tengo de qué sean unas mariconas qué no aguantan doce meses de vida? ¿Eh? ¿O piensan endilgarme las maldades de su propia especie? ¡Nah! Me niego, soy un simple instrumento del calendario al que van deshojando mes tras mes. ¡Y yo no digo nada de esa desnudez a la que me veo obligado! ¿O acaso me quejé de que me corten las extremidades arrojándolas a la basura? ¡No!
Ahora, en el ocaso de mi vida, estoy enojado. Será que me hago viejo con el vértigo del túnel de luz que me llevará al paraíso de los años, donde no hay calendarios ni relojes ni nada que marque el tiempo, donde los años viven felices en su eternidad. Y ese pensamiento religioso es lo único que me hace feliz.

¡Les deseo un bonito 2006 para qué no me recuerden con rencor!
El año viejo.